Cuando uno empieza a jugar al wow hay ciertas cosas que se espera encontrar. Dificultades en el juego, cosas que le serán difíciles de hacer, compañeros con los que jugar un rato, buenos y malos momentos, etc. Pero hay una con la que no creo que cuente nadie al principio. Los problemas de conducta de los demás.
Uno a estas alturas, y después de 7 años de juego, ya se las ha visto de todo tipo. Pero he de reconocer que algunas de las peores conductas, con sus respectivas reacciones, me las he encontrado ejerciendo de maestro de hermandad.
Desde que aprendí lo que era el juego, siempre he sido de la idea de que como jugadores es nuestra obligación moral, la de tratar de ayudar a los demás en cuanto sea posible. Lo malo de eso es que a veces son ellos quienes no quieren que se les ayude.
Sinceramente no sé en qué piensa la gente para dejarse llevar por algo tan anticuado como es el orgullo, porque en muchos casos se reduce a eso. A una cuestión de orgullo.
Os pondré un ejemplo para que entendáis mejor lo que quiero decir.
Hace unos cuantos años, empezando la expansión de WOTLK, estábamos raideando en Naxxramas, y la mayoría no tenía ni idea de lo que era una raid. Un día uno de los jefes soltó un objeto de tela y yo como maestro despojador pedí que tirasen dados los interesados. La tirada la ganó un druida, y empezó la discusión.
Yo lógicamente antes de dar el objeto miré quien había sacado más en la tirada, comprobé que le mejoraba, y se lo di a un sacerdote, que era quien había sacado la 2ª tirada más alta. El druida se puso hecho una furia, y me dijo de todo.
Me acusó de tener favoritismos, de no saber lo que hacía, de que a él le mejoraba un montón, etc. Yo le dije que no le correspondía a él el objeto, que siendo druida tenía que tirar por cuero, y que ni yo ni nadie le iba a dar la razón. Como es lógico todos estaban de acuerdo conmigo y trataron de hacerlo entrar en razón, pero él no quiso.
Dijo cosas, como "¿tú quién te crees que eres?, que yo llevo años jugando", etc, etc. y directamente salió de la raid y dejó la hermandad. Nos quedamos todos con la boca abierta, pero no acabó ahí la historia, porque a los 3 días ese mismo druida me susurró para pedir disculpas, porque un amigo suyo le había explicado lo mismo que nosotros ya le habíamos dicho.
Lógicamente mi respuesta fue decirle que me parecía bien; pero que si cada vez que se encontrase con alguien que intentase sacarle de un error iba a tener ese mismo comportamiento, más le valía dejar el juego.
Todo por una cuestión de orgullo estúpido, del que no sería necesario tener si todo el mundo reconociese que siempre hay alguien que sabe más que tú.
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